Partiendo del hecho comprobado que las definiciones clásicas de los medios de comunicación se han convertido en cualquier cosa menos en definiciones, no me cabe duda que lo que en otros tiempos llamábamos radio y que hoy podríamos llamar comunicación oral o bien comunicación de la palabra es el (o los) soporte (s) histórico que mejor se ha adaptado a la revolución digital que ha Alcanzado a todos las ventanas de comunicación y ha penetrado en ellas, quizás con la excepción de la prensa y así les va a los editores del papel impreso.


No digo que lo que se llamaba displicentemente “pequeña pantalla” no lo haya hecho correctamente, sólo hay que ver los datos de audiencia de algunos programas o eventos que, machaconamente, siguen barriendo respecto de otras ventanas, pero lo que si es cierto es que el soporte en si ha tenido que variar de tamaño, los pequeños formatos van de ala, y concepto para quedarse en ese término medio entre las grandes pantallas de los cines y las pequeñas de tabletas y móviles perdiendo, además, fuerzas en su peso como referente informativo.

Quizás es por ahí donde la radio ha mostrado que es difícilmente abatible por otras ventanas. Sigue gozando de una inmediatez más que contrastada respecto de sus rivales en lo referente a la información de actualidad, ya sea política, deportiva o social, y, aunque no compite en el espectáculo, su labor de acompañamiento sigue siendo tan grande que es raro que cualquier usuario de la comunicación no conecte con ella en algún momento de el día en cualquiera de los numerosos formatos con que se acerca a la gente.

Y sobre todo la radio es la palabra. Ahora que pareciera que la imagen se come a todo lo demás no sería malo recordar que sin la palabra la imagen no es más que una película muda y que aún sabiendo que en determinados momentos su impacto puede llegar a ser sobrecogedor, necesita de la palabra escrita o pronunciada para desarrollar todo su poder. La palabra es tan grande que aún la imagen necesita de ella para definirse, valorarse y medirse: “una imagen vale más de mil palabras”, por ejemplo.

Sin embargo la radio, por favor, llamémosla siempre así, tiene un problema endémico y, por lo tanto, sin solución aparente: vive exclusivamente de la publicidad en cualquiera de sus formas y, al tiempo, es malquerida y a veces despreciada por esta.

Desde siempre en mis recuerdos la radio no ha tenido la inversión publicitaria que le corresponde por su capacidad de generar audiencias. Desde siempre la radio no ha tenido unos formatos publicitarios acordes con su estructura de “sólo palabra” y ha estado supeditada, en más ocasiones de las necesarias a los audios de los spots televisivos de las campañas. Desde siempre, además, la radio ha recurrido a los bloques publicitarios estilo TV y eso es difícilmente soportable para sus usuarios. Si los responsables de la radio le dedicaran la mitad del tiempo que invierten en el desarrollo de su programación, generalmente con notables resultados, o en su seda rollo tecnológico, con hitos aún por lograr pero con excelente visión, a hincarle el diente a tan espinoso y vital asunto como es el protocolo de una comunicación comercial bien pensada y presentada, no me cabe duda de que la radio terminaría por dar el paso de calidad que la situaría en las mejores condiciones para competir, en plena era digital con las ventanas mas avanzadas.

Que sean buenos.